viernes, 27 de enero de 2012

Sobre el cierre de Megaupload

#20 - Megaupload
Foto con licencia C.C. por Ricard Cuplés


Antes de escribir artículos de opinión me gusta recopilar hechos, empaparme de las opiniones de los demás y ver diferentes puntos de vista; ni vivo de esto, ni me sobra el tiempo, exponer lo que pasa por mi mente es una simple afición por lo que prefiero dejar enfriar las cosas y digerirlas tranquilamente antes de decir lo que pienso, así que tras esta justificación por el retraso ahí va mi disertación sobre el "caso Megaupload":


Marco legal y “moral”.

Si las acusaciones sobre Kim Dotcom Schmitz y su equipo son ciertas me parecerá lógico que acabe con sus huesos en la cárcel, pero no hemos de pasar por alto que habrá sido juzgado y encarcelado por unas leyes del copyright que no están adaptadas a la realidad digital.

Hay quien pone en tela de juicio la moralidad de lo que ha venido haciendo el dueño de Megaupload todo este tiempo aludiendo a que se estaba lucrando con el trabajo de los demás. Sin embargo esta “moralidad” viene condicionada por el marco legal, la única diferencia es el contrato que hay de por medio; no es una diferencia pequeña con la ley en la mano, sin embargo son la rigidez del copyright y la escasa oferta las que no dejan más alternativas; no podemos ignorar que MU no estaba perjudicando tanto a los artistas como a los agentes, es la supervivencia de esos terceros la que peligra con el intercambio de archivos; sin querer subestimar el protagonismo de éstos, centrar el argumento únicamente en los autores me resulta, cuanto menos, simplista.

Del mismo modo que hay una gran diferencia entre haber o no un contrato asfixiante de por medio; también hay una gran diferencia entre lo que es legal y lo que es justo, y en mi opinión privarle a la sociedad de una herramienta lícita sólo para favorecer a una industria que se muere está muy lejos de ser justo.

Megaupload ha estado operando al borde de la legalidad en un mundo con unas leyes al borde del surrealismo, como hizo la mismísima HOLLYWOOD en su gestación cuando no quería pagarle a Thomas Edison por sus patentes. Ambas tienen en común que, a base de saltarse las normas del juego, han acercado la cultura al pueblo en perjuicio de una pequeña élite, con la excepción de que a una de ellas se le ha dado el poder suficiente como para intentar parar el curso natural de las cosas.

Inseguridad jurídica.

A la espera de una sentencia el caso Megaupload deja en el limbo a ciertas empresas online que siguen en funcionamiento y desincentiva la creación de otras nuevas por miedo a que se las pueda relacionar con infracciones del copyright. A lo mejor todo vuelve a su cauce, pero de un modo u otro se ha sentado un precedente muy peligroso y si finalmente se condena a Kim dudo que la situación no vaya a peor en la red ya que otros sites como Rapidshare, Mediafire o incluso Dropbox podrían ser los siguientes, de hecho algunos ya están en el punto de mira de las autoridades estadounidenses.

Los cyberlockers son un instrumento perfectamente legal para el almacenaje y gestión de archivos en la nube, que “algunos usuarios” los usen para compartir archivos protegidos no la convierte en ilegal y, por lo tanto, tampoco convierte en delincuente a quien la creo. Es como si (y aquí viene el argumento populista) parasen de repente la venta de cuchillos y empapelaran a sus fabricantes sólo porque “hay algunas personas” que los usan para matar, si eso ocurriera pondría contra las cuerdas a todos los fabricantes de utensilios potencialmente peligrosos.

Cuando una persona usa una herramienta para "el mal" siempre se persigue al individuo, ni a la herramienta, ni mucho menos al que la fabricó; pero como en Internet resulta imposible (por el volumen y por el derecho a la intimidad) ir a por todas y cada una de las personas que usan este tipo de páginas (50 millones diarios sólo en Megaupload) han decidido mutilar sus derechos e ir directamente a por el facilitador. Teniendo en cuenta que Megaupload no era un utensilio usado para matar ni robar, sino para almacenar y copiar archivos a través de una vía globalmente aceptada, la situación resulta poco menos que absurda.

Si miles de millones de personas son consideradas criminales por participar en un intercambio que aceptan como algo natural, es evidente que hay algo en el sistema que no está funcionando como es debido.

Los beneficios de la empresa de Dotcom, así como las inverosímiles cifras “de perjuicios económicos” que dice el auto de la detención que MU ha causado a la industria, hacen que broten a la vez una pregunta sin respuesta y una respuesta que las major se niegan a oír.

La pregunta es, si tantas ganancias reportan este tipo de negocios online ¿Por qué la industria no ha montado el suyo?

La respuesta a la que hacía referencia contesta a todos aquellos que ven a los ciudadanos como tacaños malhechores que lo quieren todo gratis, el simple hecho de que los usuarios pagasen por los servicios Premium de estas plataformas pone de manifiesto que los consumidores pagan por lo que consideran que vale la pena. Esto, que resulta evidente para cualquiera con dos dedos de frente y un poco de visión comercial, no resulta tan evidente para las multinacionales del entretenimiento.

El blackout que enfrió la SOPA.

Aunque algunas personalidades de la red consideran que es “pura casualidad” el hecho de que Kimble fuera detenido el día después de que la presión social provocara que 23 senadores retiraran su apoyo de la polémica ley, yo soy más de la opinión de que nada que tenga que ver con dinero y poder es fortuito.

Una operación así no se hace de la noche a la mañana, eso es evidente, llevaban tiempo siguiendo los movimientos del dueño del “imperio Mega”, por ello considero que pensar que un hecho no tiene nada que ver con el otro es ingenuo, la industria audiovisual necesitaba una cabeza de turco y contaban con un “as en la manga”, la reacción ante la SOPA fue un resorte y saltó en el momento justo. Sí, son divagaciones, jugar al “y si”, pero, como he dicho, no creo en las casualidades cuando hay tantísimo en juego.

En otro orden de cosas, la operación del FBI deja en evidencia la obsesión por crear normas aún más severas como la SOPA, la Protect-IP o el ACTA ¿Para qué es necesario proponer este tipo de leyes si las actuales ya permiten actuaciones como esta?

Megabox.

Mega amenazaba con convertirse en una alternativa viable para competir con las discográficas gracias a Megabox, un servicio de descargas musicales que, en principio, obtendría sus ingresos de publicidad y servicios de pago y remuneraría a los artistas con el 90% en función de cuántas veces hubiera sido descargada su obra. Si esto recrudeció las presiones de los lobbies para acelerar la actuación contra Kim es algo que no sabremos nunca y no merece la pena divagar sobre ello, lo que está claro es que este imperio no sólo incomodaba por las descargas


Aunque por sí sólo esto no haga “tambalear los cimientos de la industria”, el mero planteamiento de un modelo así ya debería empezar a despertar conciencias.

El personaje.

Kim Schmitz no era un santo varón precisamente, al menos no lo fue antes de montar sus webs. Su biografía no deja lugar a dudas sobre ello, fue condenado por abuso de información y malversación en 2002 y 2003 respectivamente y ya pagó por aquellos pecados. La discusión que se plantea no debería tener nada que ver con el personaje, es mucho más importante que todo eso; sin embargo, desde los medios, se nos ha presentado a Kimble como un “villano de película”, se ha usado su estilo de vida para menoscabar la trascendencia de la cuestión; plantearse si lo que hacía era bueno, malo o cuestionable y las consecuencias que pueda acarrear este caso para el futuro de Internet no son cosas relevantes, lo relevante es que “era gordo y vivía a todo tren”.

Si se hubiera tratado de alguien más “campechano” habría otras cuestiones, las verdaderamente importantes, sobre la mesa, pero su turbio pasado y su excentricidad lo han convertido en carnaza para el sensacionalismo.


No digo que sea culpable o inocente, eso lo decidirá un juez, ni mucho menos trato de salvar su reputación, sólo digo que la relevancia de lo ocurrido va más allá de las extravagancias de un hombre.

martes, 24 de enero de 2012

Libre no significa gratuito

No entiendo a la gente que se queja de que un libro vale 20€ pero luego se gasta 12 en un cubata.”
¿Cuántas veces habré oído este argumento para intentar justificar el precio desorbitado de los bienes culturales?
Cada vez que leo o escucho a alguien usar este símil lo primero que pienso es qué concepto tan bajo tiene esa persona de la cultura si la compara con una copa; quiero pensar que quien argumenta así lo hace por inercia, por la extraña costumbre que hay de comparar el precio de todo con el de un whisky, demagogia de garrafón, se podría decir.
Una de las grandes falacias de la industria de contenidos y sus lobbies de presión es la de que hay que defender a los creadores de la “cultura del todo gratis”. En primer lugar a los primeros de los que hay que proteger a los creadores es de la propia industria, esa que sólo deja a los artistas las migajas de unas ganancias billonarias, esa que intenta mantener su anticuado modelo de negocio a toda costa mediante favores políticos e introduciendo el miedo en el cuerpo de los ciudadanos; haciéndoles creer que de un momento a otro las autoridades podrían echar sus puertas abajo si siguen descargando ficheros protegidos con derechos de autor.
En segundo lugar, etiquetando a media población de ladrones y jugando el papel de falsa víctima lo que realmente intentan es desviar la atención del punto realmente importante: No se trata de que la cultura sea gratis, se trata de que sea libre.
El derecho al acceso a la cultura no es el derecho al ocio, ni el derecho a disfrutar del tiempo libre. Es mucho más. El crecimiento de cada persona es muy distinto dependiendo de la cultura que come y digiere. Tus aficiones, inquietudes, deseos e ideologías están directamente relacionadas con los libros que lees, las películas que ves y las canciones que escuchas. Lo que está en juego es el derecho al desarrollo de la personalidad. Lo que está en juego es el derecho a ser”, David Bravo en Copia Este Libro.
El modelo analógico, basado en la venta de copias físicas, se hunde, y aquellos que han hecho una fortuna gracias a él tienen miedo porque hay un nuevo jugador que hace lo mismo que ellos, pero más barato y mejor, nosotros. Por desgracia también tienen muchísimo poder económico, el suficiente como para, sin cortarse un pelo, amenazar a gobiernos democráticamente electos si éstos no aprueban leyes a su medida; leyes que coartarían el progreso y atentarían contra la libertad y la neutralidad de la Red; leyes que echarían por tierra derechos fundamentales que han sido dificilísimos de conseguir; leyes que harían todo eso con la excusa de la protección del copyright.
Las funciones básicas de la industria siempre han sido las siguientes:
1- Reconocer el talento.
2- Promocionar al artista.
3- Distribuir el producto.
4- Recoger las ganancias.
5- Repartir las ganancias.
Todas estas tareas son sustituibles por la tecnología de Internet y algunas incluso las puede realizar cualquiera desde casa.
El reconocimiento del talento en la web es casi automático, a menudo vemos noticias en las que algún youtuber con voz celestial se ha hecho famoso y una discográfica ha apostado por él. Hernán Casciari comenzó escribiendo un blog y fueron las editoriales las que acudieron a él. El problema es que la falta de publicidad a los modelos libres hace que, a priori, parezca que no hay alternativas al copyright para los nuevos (y los viejos) artistas y al final casi todos acaben cayendo en las redes del modelo viejo, famoso por los contratos abusivos a los que las empresas condenan a sus artistas, en los que, del precio final del producto, el autor se lleva una ínfima parte.
El sueño de todo artista es, o al menos debería ser, que su obra sea conocida y valorada en todas partes, raro es quien empieza en el mundo del arte por la pasta, aunque sí los hay que se quedan por ella.
Gracias a la libertad que ofrece la Red se abren unas puertas que antes no existían para los artistas que no nos venden en la radio o en la televisión. Ahora los creadores tienen la posibilidad de llegar a más personas y la promoción es realizada por esa misma gente; si algo te gusta lo compartes, como se ha hecho toda la vida pero a un volumen muchísimo mayor, con una calidad perenne, a coste prácticamente nulo y con una variedad inmensa.
Lo que pretenden las discográficas, editoriales y productoras es seguir manteniendo su oligopolio de distribución y explotación de unas creaciones que, intelectualmente, ni siquiera son suyas. Básicamente, y como leí en un comentario muy acertado, quieren seguir forzándonos a comprar al precio que a ellos les dé la gana unos trozos de plástico que ya ni siquiera necesitamos. Con la tecnología y los nuevos formatos la demanda del público ya no es la de antes. ¿Quién quiere discos teniendo mp3? ¿Quién quiere DVDs o Blu-Rays existiendo el HD-Rip y el streaming? ¿Quién quiere libros de medio kilo pudiendo llevar 10.000 en unos pocos gramos?
Siempre habrá quien prefiera tener el formato físico por fetiche, pero que el mercado ha cambiado es un hecho, si tenemos en cuenta a una sociedad cada vez más familiarizada con el uso de los ordenadores y el precio, siempre a la baja, del hardware informático, esta tendencia no va a hacer más que aumentar.
Desde el preciso instante en que la poblacion tiene la posibilidad de subir, descargar, distribuir, reproducir y copiar infinitamente, sin perdida de calidad y a un coste ínfimo los bienes culturales, el papel de los intermediarios desaparece.
En resumen, el reconocimiento del talento, la promoción y la distribución, que son los tres pilares básicos sobre los que se sustenta el prestigio y el éxito de cualquier artista, son fácilmente sustituibles gracias a una herramienta tecnológica y la voluntad de la sociedad.
Sólo quedan por resolver las otras dos cuestiones: recoger las ganancias y distribuirlas. Y aquí es donde la industria y los gobiernos han errado por completo.
Como dice Carlos Almeida: El error del copyright ha sido hacer protagonista del derecho de autor a la copia, cuando el protagonista no debería ser otro que el propio autor.
El copyright es algo tan restrictivo y desfasado respecto al momento que vivimos que, en algunos países, esta licencia convierte en delincuente a cualquiera que cometa la “osadía” de compartir por Internet una canción con otra persona.
Cuando una ley o una particular visión de un problema convierte en criminal a la mitad del planeta resulta evidente que esa norma necesita una revisión urgente, las leyes deben adaptarse a la realidad social en la que se aplican y no al revés, no obstante, y como demuestran los últimos acontecimientos, no parece que ese sea el sentido en el que quienes hacen las normas nos estén queriendo llevar. 


En el momento en que se inventó la cinta de casete era ilegal hacer copias y al final se hizo tan evidente que realizarlas era una actividad generalizada que hubo que cambiar las normas del juego para no colapsar las cárceles con amantes de la música. Tanto con la aparición de los casetes como con la del VHS, la industria de contenidos puso el grito en el cielo, advirtiendo a la sociedad de que estos inventos estaban matando la música y el cine respectivamente, la historia ha demostrado lo equivocados que estaban.
Las leyes siempre han ido por detrás de los avances tecnológicos, a día de hoy directamente van en sentido contrario. La culpa de que la cuestión sobre la recaudación y el reparto de ganancias aún no se haya resuelto NO la tiene Internet, ni los “piratas”, ni los creadores de herramientas para el intercambio de archivos; la culpa la tiene única y exclusivamente aquellos que se han hecho ricos con el actual modelo y que, por pura avaricia, quieren seguir excluyendo a los demás del disfrute de algo que, por su naturaleza inmaterial, ya no se puede poseer, en lugar de abrazar formas más justas de comercio y adecuadas al entorno digital.
Existe una buena cantidad de maneras de remuneración alternativas al copyright que no han recibido la atención merecida debido a las presiones de la industria y por la escasa propaganda mediática que se les ha dado, pero que bien adoptadas habrían supuesto, sin lugar a dudas, un cambio a mejor en la manera de disfrutar la cultura y gestionar los derechos de autor, y es que nadie dice que los autores no deban cobrar por su trabajo, más bien al revés, lo que no queremos es que, por el trabajo de los autores, cobre una industria egoísta y anclada en el pasado que nos quiere meter a todos en la cárcel por no pasar por su aro. 
Se podría decir que hasta ahora la única manera que había de remunerar a los creadores era a través de los pícaros intermediarios, ahora que esos intermediarios son innecesarios hay que empezar a fijarse en las alternativas:

-Licencias Copyleft y Creative Commons:
Mientras que las licencias fundamentadas en el copyright funcionan a base de restringir el disfrute de los bienes culturales a, exclusivamente, aquellos que pasen por caja, las licencias copyleft parten de la premisa de que eliminando las restricciones se consigue una mayor difusión, una mayor difusión equivale a un mayor caché, caché + difusión = más gente dispuesta a pagar por tu trabajo.
Si permites que tus creaciones se distribuyan libremente llegarás a más gente, en el peor de los casos habrá a quien no le guste lo que haces, aunque por lo menos no habrás perdido nada, puesto que para ti el coste de distribución habrá sido nulo; el siguiente escenario es que a alguien no le guste lo suficiente como para pagar por ello pero sí lo suficiente como para mostrárselo a sus amigos y de ahí a los amigos de los amigos, a algunos de ellos les gustará y te harán una donación, comprarán tus originales o tu merchandising e irán a tus directos.
Las licencias copyleft convierten a cada artista en un “autónomo”, prescinden de los injustos e innecesarios intermediarios, dejando sólo los imprescindibles como las gestoras de licencias Creative Commons, y de la parte de los derechos que por contrato se les otorga (las demandas nunca las presentan los artistas, sino los otros propietarios de derechos).
Otorgan al autor un abanico más amplio de posibilidades para decidir cómo gestionar sus derechos y el rendimiento económico que generen los mismos; esto hay remarcarlo ya que una de las particularidades del copyright más estricto es que, para mantener ese coto de explotación, requiere de otros agentes, propietarios de la mayor parte de los derechos sobre una obra, que no tienen otra función más que la de "sacar pasta de donde sea", quiera o no el autor; si a día de hoy un artista decidiera difundir libremente su obra registrada lo tendría muy difícil, por no decir imposible.

Como explica Enrique Dans, Creative Commons está entre el copyright estricto y el dominio público.
Los derechos sobre la copia, por contrato, nunca han estado en posesión del creador sino de las multinacionales de turno, y hasta ahora esta ha sido la única opción existente, “o lo haces a mi manera o te vuelves a tu casa a seguir cantando bajo la ducha o escribiendo en tu blog.” 
Pero quizá la peor barrera impuesta por el copyright y su modelo analógico sea la geográfica. Las discográficas, editoriales y productoras son empresas privadas, y como tales sólo piensan en obtener el máximo beneficio con la mínima inversión, si ellos consideran que comercializar un producto en una determinada región no va a ser rentable, no lo harán; no hay que ser muy ducho para advertir lo perjudicial que resulta esto para la difusión de la cultura, y lo injusto que es privar a países enteros del disfrute de una obra porque los intermediarios “creen” que no resultará rentable venderla en esa zona.
Las licencias copyleft, al permitir la difusión libre y gratuita por Internet, tienen la capacidad de saltarse estos límites geográficos y llegar a donde el copyright no puede o no quiere.

-Potenciar la venta de archivos digitales a través de Internet:
La mayor evidencia con la que nos encontramos al analizar el momento que vivimos es que las copias físicas están abogadas a desaparecer, no completamente pero sí como medio generalista de disfrute de la cultura. La venta online permite eliminar a los intermediarios que ahora mismo se llevan hasta el 90% de los beneficios generados por la creación, dejando al creador con una miseria de, aproximadamente, el 10%. Prescindir de estos intermediarios no sólo aumenta la proporción retributiva del artista, sino que lo acerca a sus clientes, a sus fans, propiciando una relación más directa con ellos a través de los mismos instrumentos que estos utilizan para comunicarse.
Llegados a este punto se podría argumentar que esto, en parte, ya existe, y que los Ebooks o iTunes ya permiten comprar directamente esos contenidos de manera fácil y rápida. El problema es que hasta la fecha estos amagos de adaptación de la industria, a todas luces insuficientes, no se han realizado desde la perspectiva de hacer la cultura más accesible al público, sino que han intentado aplicar la misma fórmula que usan en el mundo analógico, basada en restricciones y precios artificiales, al mundo online.
Así pues nos encontramos con libros electrónicos al mismo precio que la edición de papel, es decir, un formato cuyo coste de copia y distribución es casi cero, al precio del formato físico. Además de estos precios abusivos la inmensa mayoría de Ebooks se encuentran tras una “verja digital” conocida como DRM (Digital Rights Management), un sistema anticopia para impedir que, por ejemplo, puedas leer el libro que has pagado religiosamente en un número de dispositivos superior al que a los editores les dé la gana, y para colmo hay que pasar por una serie de etapas de activación que son una verdadera pesadilla para quien no esté acostumbrado a lidiar con las restricciones digitales.
Con iTunes y demás plataformas de venta de música online ocurre algo similar, sigue habiendo restricciones digitales (aunque son fácilmente eludibles) y, en mi opinión, los precios no se corresponden con la naturaleza del formato.
Todos estos obstáculos digitales, a parte de ser insultantemente caros para las compañías, son totalmente ineficaces, siendo burlados al poco de ver la luz.
Lo expuesto arriba es lo que ocurre cuando los mismos intermediarios de siempre, avariciosos y aferrados a una perspectiva analógica, entran en el mercado de Internet tratando de imponer sus reglas a unos consumidores más concienciados y libres que nunca; o se adaptan YA al contexto en el que viven y a las necesidades de la gente o morirán llevándose a un montón de inocentes por delante, y por inocentes entendamos a los ciudadanos honrados que han sido demandados por las grandes multinacionales; a los webmasters y programadores que se han visto metidos en eternos litigios por facilitar el acceso a la cultura; a los organizadores de conciertos benéficos; a los colegios que tienen que pagar cuantiosas sumas de dinero por las obras que interpretan sus alumnos, etcétera, etcétera, etcétera, la lista sigue y sigue...morir matando, lo llaman.
De momento lo único que han hecho las empresas del ocio audiovisual para intentar salvarse de la quema ha sido perseguir y criminalizar a sus propios consumidores e intentar ponerle puertas al campo, a (casi) nadie se le ha ocurrido eliminar las barreras y bajar los precios a un nivel lógico, “a ver qué pasa”.

-Plataformas de streaming y el modelo freemium:
Además de la relación valor/precio, una de las cosas que más valora el público es la variedad de contenidos y la inmediatez. Spotify o Netflix, así como Soundcloud o Grooveshark (todas ellas asfixiadas por la industria del entretenimiento propietaria de los derechos sobre la copia) tienen en común que ofrecen un acceso inmediato y totalmente legal a una cantidad y variedad de contenidos audiovisuales jamás conocida hasta ahora.
Spotify, en su versión gratuita, permite el acceso a una biblioteca musical de más de 15 millones de canciones, a parte cuenta con otras dos modalidades de pago que permiten eliminar la publicidad o descargar los archivos a los dispositivos para reproducirlos offline. También cuenta con una interfaz muy intuitiva con integración redes sociales y un eficaz sistema de recomendaciones para que nunca te quedes sin descubrir música nueva.
Con Netflix pagas una tarifa plana muy asequible al mes y con ella puedes disfrutar a la carta de un importante catálogo de series, sin peligro de perderte un capítulo y sin tener que ceñirte a la programación cerrada de una cadena.
Otra cosa que tienen en común estas plataformas es la capacidad de conocer con total exactitud cuántas veces se ha visto una serie o se ha escuchado una canción, es decir, además de ofrecer libertad casi total al usuario también tienen la capacidad de remunerar a los creadores con total transparencia, sin artimañas ni terceros de por medio.
Si el consumidor cree que algo vale la pena, pagará por ello, la mejor forma de competir con lo gratis es ofreciendo algo por lo que valga la pena pagar y/o aprovechando las ventajas de lo gratis, por ejemplo, con una plataforma que obtenga ingresos a través de publicidad. Esto ya se hace, pero debería ser la regla, no la excepción.
¿Por qué estos modelos de éxito no se están extendiendo como la pólvora? ¿Por qué no experimentan un crecimiento proporcional a su innovación y popularidad? Pues por culpa de “los mismos de siempre”, Netflix lleva tiempo queriendo introducirse en Europa y no ha hecho más que darse de bruces una y otra vez contra el muro que levantan los propietarios de los derechos. Spotify, por su parte, paga cantidades multimillonarias a las discográficas pese a tener un sistema de reparto a todas luces más justo y un formato que poco o nada tiene que ver con el modelo clásico. Es la propia industria la que se pone zancadillas a sí misma…

-Impuestos recaudados a través del Estado, la “Licencia General Opcional”:
Si el archiconocido canon digital o compensación por copia privada se basaba de una recaudación arbitraria impuesta forzosamente a todos los dispositivos informáticos, fueran o no a emplearse para copiar o reproducir material con copyright, y gestionada por una entidad privada; la Licencia General Opcional sería una tasa a pagar voluntariamente por aquellos ciudadanos que reconocieran que efectivamente van a utilizar sus conexiones para descargar copias no controladas de material protegido.
Esta licencia le daría libertad al usuario para descargar a placer y podrían estudiarse diferentes tarifas y contratos en función del volumen a descargar, siempre respetando una proporcionalidad con el formato digital.
Los ingresos procedentes de este novedoso canon deberían ser gestionados por el organismo público correspondiente, y no a través de entidades privadas que sólo se preocupan por la maximización de beneficios.

-Actuaciones en directo y merchandising:
Los conciertos, obviamente, no son algo nuevo, sin embargo uno de los hechos que se silencia sistemáticamente en los medios de comunicación es que éstos han aumentado vertiginosamente desde la llegada del intercambio de archivos. Varios estudios han mostrado algo que en principio resulta bastante evidente, mientras las ganancias percibidas por los artistas a través de la venta de discos han descendido, las obtenidas a través de las actuaciones en vivo se ha multiplicado varias veces en la última década.
Es evidente que el intercambio de archivos, la difusión masiva de la cultura, ha sido el motor de esta tendencia sumamente beneficiosa para el artista, ya que obtiene un porcentaje bastante superior al de sus royalties, hasta el 80%; además, la posibilidad de acceder y recomendar fácilmente obras de grupos independientes sin tirón mediático ha disparado el número de actuaciones de música alternativa.
A esto también hay que sumarle los ingresos por la venta de merchandising: camisetas, chapas...que se suelen vender a la entrada y la salida de los directos.
¿Han aprovechado los grandes sellos discográficos este tirón? Por supuesto, aunque, por si cabe alguna duda, lo han hecho “a su manera”...
Con el auge de los directos en la industria musical están proliferando los llamados “contratos de 360 grados”. Este tipo de acuerdos otorgan a las empresas, ya no sólo el derecho a quedarse con gran parte de los ingresos procedentes de la venta de compactos como hasta ahora, sino también con una proporción de lo que los artistas ganen en los conciertos y la comercialización de material derivado, y no es que ellos hagan el trabajo de buscarle actividades al grupo o cantante, eso sigue siendo tarea del manager, la única responsabilidad que tiene el sello en este caso es la de poner la mano; si no se rentabilizan los discos se puede llegar a dar el absurdo de que el grupo acabe pagando a la discográfica por trabajar para ellos, demencial.
A sabiendas de que la venta de discos es un negocio a la baja, las firmas han buscado nuevas formas de sangrar a los artistas...y luego los que se “aprovechan del trabajo de los creadores” somos nosotros.

-Favorecer el paso a dominio público de las obras:
A partir de un cierto tiempo tras la muerte del autor las obras culturales pasan a dominio público, esto significa que los derechos de autor dejan de ser de los titulares post-mortem y pasan a ser propiedad de la sociedad, permitiendo que, sin depender de su bolsillo y sin renunciar nunca al reconocimiento de la autoría, ésta pueda saborear esas creaciones. El margen se creo para que, tras la muerte del creador, los propietarios de los derechos pudieran disfrutar durante un cierto periodo de las ganancias generadas por la explotación de la creación.
Lo que ocurre es que este límite temporal se ha ido ampliando una vez tras otra; concretamente cada vez que una creación rentable en manos de multimillonarios estaba a punto de pasar a dominio público; gracias al poder de esos titulares de los derechos se ha estado yendo en contra del beneficio social para ir en favor del beneficio privado.
Actualmente ese límite está en 70 años tras la muerte del autor, un periodo totalmente desproporcionado si tenemos en cuenta que quien explota la obra durante ese periodo no es quien la creo sino una multinacional o, en el mejor de los casos, los herederos. También habrá quien opine que eso es lo lógico, que la obra es la herencia que un autor lega a sus descendientes, olvidando que cuando hablamos de cultura hablamos de algo que fue creado para el disfrute colectivo y el enriquecimiento intelectual y espiritual de las personas.
El patrimonio que un creador ha conseguido gracias a su obra es la herencia que le deja a sus vástagos, la obra es la herencia que le deja a la humanidad. El dominio público se originó porque la cultura es algo tan importante para la sociedad que los legisladores consideraron que era injusto privarla eternamente de su disfrute.
La libre circulación de ideas no sólo actúa en beneficio común, también en el del artista, éstos no son lo que son gracias a una intervención divina sino que han bebido de lo que han creado otros y a partir de ahí han encontrado su forma particular de expresarse, “las musas no existen”.
En realidad no soy yo quien está escribiendo este alocado libro. Es usted, y usted, y usted y aquel hombre de allí, y esa chica en la mesa de al lado”, James Joyce.
La etapa entre la muerte del autor y el dominio público es una excepción especial de la que han estado abusado los más poderosos, cambiado la ley a golpe de talón cada vez que una obra estaba a punto de pasar a manos de todos. Esto ha tenido consecuencias nefastas para el curso natural del conocimiento, por ejemplo, el hecho de que por culpa del copyright sea imposible disfrutar de libros o películas descatalogadas porque sus propietarios han decidido que ya no son rentables raya lo ofensivo.
Acelerar el paso a dominio público de las obras no sólo sería una maniobra justa para con la sociedad, sino que además abriría otras vías de explotación mucho más equitativas que las actuales, como obras derivadas o la comunicación pública, beneficiando así a la riqueza cultural del país.
Las ideas no pueden poseerse, no son tangibles como un coche, una casa o el dinero, por lo que no pueden equipararse jamás a la propiedad privada; la “propiedad intelectual”, como tal, no existe.
Un claro ejemplo de esto es que en nuestra vida diaria siempre hacemos referencia a citas, refranes y pensamientos que van saltando de boca en boca, de generación en generación.
Uno es autor de lo que crea, eso está fuera de toda duda, decir que es tuya una idea que no lo es se llama plagio o fraude y está bien tipificado en el código penal, pero una cosa es atribuirte méritos sobre una creación que no es tuya y otra muy diferente es disfrutarla o difundirla, copiar no es robar. Esto, los intermediarios y paladines del copyright, ni lo entienden ni les interesa entenderlo e insisten en llamar “expolio” al hecho de deleitarse con una obra sin aflojar la mosca. 
La mera existencia del dominio público debería hacer evidente que los que realmente están “expoliando” la cultura son ellos, adjudicándose derechos sobre las creaciones de otros, explotándolas y cercenando el acceso a algo que, una vez fallecido el creador, acabará siendo de todos. En cualquier caso, no se trata únicamente del concepto de dominio público, la función social, tanto de la propiedad intelectual como de cualquier propiedad, está reflejada en las leyes y en esencia las define como una serie de derechos que se otorgan a uno o varios titulares para que la explotación de ese bien pueda contribuir al beneficio colectivo. La existencia de la propiedad no tiene como fin el enriquecimiento del propietario, sino que responde a una necesidad social.




En resumen, un autor puede o no estar de acuerdo con que su fruto se propague sin su autorización, como yo podría o no estar de acuerdo con que ciertas personas leyeran lo que escribo, sin embargo, en la realidad en la que vivimos, lo mejor que uno puede hacer es aceptar que eso va a ocurrir, quiera o no, y buscar nuevas formas, como las expuestas arriba, de sacarle provecho a esta situación, absolutamente beneficiosa para la comunidad y muy perjudicial para la pequeña élite que realmente se ha hecho de oro con el trabajo de los artistas a base de colocarse entre ellos y sus admiradores.
La solución perfecta pasa por eliminar a los agentes basados en las copias y el control sobre las mismas y encontrar mecanismos de retribución que sean más justos con los artistas y medios de transmisión que sean más justos con la sociedad...estas alternativas están ahí, sólo hay que aplicarlas de una vez.


martes, 10 de enero de 2012

(Aún más) Voces femeninas del rock

Retomando un poco aquella fiebre que me dio por las vocalistas femeninas os deleito 5 de las mejores voces de mainstream rock que podemos encontrar, para vuestro disfrute.


The Letter Black - Hanging On By Thread




The Dirty Youth - Fight







Eowyn - Beautiful Ashes





The Pretty Reckless - Make Me Wanna Die




Halestorm - I Get Off




domingo, 8 de enero de 2012

El arte es un medio, no un fin


Ongoing clouds


La digitalización de la fotografía ha traído consigo la democratización, no sólo del instrumento y de la forma de tomar fotos, sino también de los procesos de tratamiento de la imagen. Ha permitido que lo que antes sólo estaba al alcance de quienes tenían la economía y el talento para usar un laboratorio de revelado esté al alcance de cualquiera; la posibilidad de tratar el negativo a posteriori para conseguir lo que realmente esperábamos de la foto cuando presionamos el disparador.

Quien se adentre en este mundo y esté dispuesto a profundizar en él, a buscar un camino propio y a experimentar con las alternativas que ofrece lo digital, tarde o temprano acabará topándose con dos "guantazos" en forma de pregunta:

“¿Qué cámara tienes?” y “¿Usas Photoshop”?

Cualquiera de estas dos cuestiones puede presentarse en una infinidad de variantes: “debes tener una cámara muy buena”, “cómo se nota que dominas el Photoshop”, etc, etc, etc.

El problema radica en que quien formula estas preguntas suele hacerlo con la intención, sana o no, de degradar en cierto modo el mérito de tu trabajo. La democratización de la fotografía ha provocado que cuando alguien ve una obra que destaca sobre lo habitual, o mejor dicho, que destaca sobre lo que esa persona es capaz de hacer con su cámara, automáticamente lo asocie a que quien la ha realizado ha de tener un buen equipo o un uso magistral de un programa de retoque cuando lo cierto es que, para cualquier fotógrafo que haya invertido tiempo y dinero en este hobby, ambas cosas serán ciertas en la mayoría de casos.

De esas dos cuestiones la más compleja es sin duda el uso de un software especializado para el tratamiento de la imagen, a fin de cuentas hoy en día cualquiera puede comprarse una cámara réflex por lo mismo que antes costaba una compacta de las "normalillas", pero no todos tienen el tiempo o la paciencia para aprender a usar un programa y después pasarse horas y horas delante del ordenador buscando el mejor resultado.

Sí, detrás de una foto que nos gusta hay siempre, en mayor o menor medida, un proceso de tratamiento posterior al clic; y partiendo desde este punto voy a intentar desengranar este proceso para que quien lo lea tenga una mejor comprensión de lo que pasa desde que el fotógrafo presiona el obturador hasta que finalmente vemos la imagen en la pantalla del ordenador (o impresa, aunque la impresión es otro mundo a parte).

Días de playa - Beach days

Lo primero que hemos de saber es qué ocurre en el momento en el que presionamos el disparador, se abre el obturador y empieza a entrar luz al sensor de la cámara. Cuando todo eso ocurre los fotodiodos que componen el sensor emiten señales eléctricas que son recibidas por el procesador de la cámara, el cual se encarga de codificar esas señales en formato binario, esto es, unos y ceros. Estos unos y ceros son los que componen un archivo primario y sin comprimir que en fotografía digital llamamos RAW, se trata de un archivo sin formato real que alberga toda la información captada por el sensor (colores, luz...) e información contextual (modelo de cámara, hora, objetivo, focal...) y sólo puede ser tratado a través de un software específico, llamado “revelador RAW”, el Adobe Cámera Raw de Photoshop es uno, existen otros, la mayoría suministrados por el propio fabricante de la cámara.

Lo segundo a tener en cuenta es que existen dos tipos de postprocesado, entendiendo por postprocesado lo que ocurre desde que se genera ese archivo RAW sin compresión hasta que obtenemos el JPG final (o cualquier otro formato genérico): El primero de ellos es el que se realiza dentro de la propia cámara y el segundo, con intervención humana, el que se realiza en el PC.

En el primero de los casos el formato RAW es tratado directamente por el software del equipo en función de los parámetros que hayamos seleccionado en el menú de la cámara, dentro de estos parámetros preestablecidos se incluyen las opciones de blanco y negro, saturación, virados a sepia y demás efectos, básicamente todos los estilos de imagen que se ofrezcan. Lo que obtenemos a cambio es un archivo comprimido, el JPG, que se guarda en la tarjeta de memoria y será reproducible por cualquier ordenador o aparato multimedia del mercado pero que debido a esa compresión prácticamente no nos permitirá ningún control sobre el resultado final de la imagen sin que esta vea reducida drásticamente su calidad.

Dicho con un ejemplo, si a la cámara le pedimos que saque una foto en blanco y negro estaremos perdiendo todos los datos de color que poseía la escena y que fueron captados por el sensor. En el mejor de los casos sencillamente malgastaremos el potencial que nos ofrece nuestra cámara, en el peor de los casos nos arrepentiremos porque nos daremos cuenta de que la foto habría resultado mejor a color y no habrá vuelta atrás.

En la segunda alternativa el RAW sin comprimir es lo que se guarda en la tarjeta de memoria, el “problema” de este tipo de archivos es que no son universales y por tanto no se pueden “ver” ni modificar sin un programa específico que sepa interpretarlos, la ventaja es que al no estar comprimidos tienen una enorme cantidad de información en comparación con los JPG al estar codificados en 12 o 14 bits y no en 8. Esta cantidad de datos extra nos permitirá, por una parte, poder salvar algún que otro error de exposición (dentro de los límites del sensor) que pudiéramos haber cometido a la hora de realizar la toma, y por otra, conseguir la fotografía que realmente queríamos, dado que podremos trabajar con ese negativo digital y ser nosotros y no la cámara quienes decidamos qué sacar de él. El RAW permite hacer todo esto sin pérdida de calidad, ya que nos ofrece la posibilidad de sacar varias "versiones" de una misma toma sin alterar en ningún momento el archivo primario, que es él mismo, al igual que en analógico las mejores ampliaciones se hacían a partir del negativo, no de una copia.

La similitud con la fotografía analógica es muy fácil de ver, el negativo analógico no era la foto en sí sino la mera impresión que había dejado la luz sobre un material fotosensible; sin vida, sin color e indescifrable para el ojo humano, sólo tras haber sido trabajada durante una hora por una máquina o durante días por un profesional con el material adecuado se presentaba ante nosotros como lo que estaba destinado a ser: una fotografía. Pues en digital sucede lo mismo, el negativo digital, por sí solo, no es más que un puñado de unos y ceros, pero tratado con el software adecuado puede convertirse en una imagen fantástica.

La diferencia entre dejar que la cámara sea la que trabaje ese archivo y el hacerlo nosotros mismos es como la diferencia que existía entre llevar nuestro carrete a una tienda de revelado en una hora o hacerlo en un laboratorio valorado en miles de euros, por supuesto que las fotos reveladas en una hora salían estupendas, pero también sabemos que las posibilidades creativas que nos habría dado un cuarto oscuro y los conocimientos adecuados son infinitas.


More footprints


"Si tenemos en cuenta la diferencia entre ver a través del ojo humano y ver a través de un objetivo resulta obvio que quien únicamente se dedique a apuntar con su cámara y disparar esperando obtener una foto atractiva seguramente se lleve más de una decepción"
Andreas Feininger


Con todo esto sobre la mesa cabe hacerse la siguiente pregunta ¿Qué es lo que esperamos de una fotografía?

En mi caso lo tengo claro, quiero que las fotos me hagan sentir. El arte no es el fin de la fotografía, sino el medio a través del cuál una fotografía es capaz de evocarle sentimientos a quien la observa.

Una imagen que no tiene la capacidad de hacer sentir es una postal, un souvenir, del mismo modo que una sucesión de sonidos no tiene por qué ser música.

Como cualquier forma de expresión artística, la fotografía cuenta con ciertos límites que es necesario dominar para conseguir lo que queremos. Por un lado están los límites con los que inevitablemente nos topamos al intentar plasmar en un formato estático y bidimensional una escena tridimensional en constante cambio. Por otro lado están los límites ópticos y tecnológicos que, sencillamente, hacen imposible que una cámara pueda captar una escena con la misma precisión que el ojo humano. Es necesario tener siempre presente que unos límites se controlan conociendo y sabiendo manejar el equipo y otros sabiendo trabajar el negativo, y que todo conocimiento sirve de poco sin el famoso ojo del fotógrafo.

(Esto nos lleva a una paradoja que ha sido discutida a lo largo y a lo ancho de todo el mundo: Efectivamente puede haber grandes “tomadores de fotografía” que no sean grandes “tratadores de imágenes” y viceversa, de hecho, a nivel profesional, en muchas ocasiones son dos personas diferentes las que realizan estos trabajos.)


Infinita -1


Además de tener la capacidad de "ver" buenas escenas, el artista debe conocer y utilizar los límites en su propio beneficio, estos límites forman parte de sus herramientas, algunas veces le resultarán útiles, otras veces no le harán falta y otras tantas serán un lastre, pero llegar o no al corazón y la mente de quien vaya a observar su obra dependerá del uso que haga de estas herramientas. 


La fotografía es una forma de mirar, no la mirada en sí misma”
Susan Sontag.


La “manipulación” de la imagen comienza en el momento en que quien se encuentra detrás de la cámara encuadra y decide qué vas a ver y qué no, a partir de ahí, desde la elección de los parámetros de la toma hasta el tratamiento de la imagen, todo forma parte del “proceso artístico”. A través de este proceso es como el fotógrafo intenta expresar su forma particular de ver el mundo.

En ocasiones se juzga negativamente una obra por puro desconocimiento de la materia, porque no se sabe lo que realmente hay detrás de una foto y que encuadrar y disparar suele ser sólo la mitad del trabajo. Pero después de todo, conociendo y comprendiendo todos los detalles, será del criterio de quien observa el decidir qué es arte y qué no lo es.