¿Cuántas
veces habré oído este argumento para intentar justificar el precio
desorbitado de los bienes culturales?
Cada
vez que leo o escucho a alguien usar este símil lo primero que
pienso es qué concepto tan bajo tiene esa persona de la cultura si
la compara con una copa; quiero pensar que quien argumenta así lo
hace por inercia, por la extraña costumbre que hay de comparar el
precio de todo con el de un whisky, demagogia de garrafón, se podría
decir.
Una
de las grandes falacias de la industria de contenidos y sus lobbies
de presión es la de que hay que defender a los creadores de la
“cultura del todo gratis”. En primer lugar a los primeros de los
que hay que proteger a los creadores es de la propia industria, esa
que sólo deja a los artistas las migajas de unas ganancias
billonarias, esa que intenta mantener su anticuado modelo de negocio
a toda costa mediante favores políticos e introduciendo el miedo en
el cuerpo de los ciudadanos; haciéndoles creer que de un momento a
otro las autoridades podrían echar sus puertas abajo si siguen
descargando ficheros protegidos con derechos de autor.
En segundo lugar, etiquetando a media población de ladrones y jugando el papel de falsa víctima lo que realmente intentan es desviar
la atención del punto realmente importante: No se trata de que la
cultura sea gratis, se trata de que sea libre.
“El
derecho al acceso a la cultura no es el derecho al ocio, ni el
derecho a disfrutar del tiempo libre. Es mucho más. El crecimiento
de cada persona es muy distinto dependiendo de la cultura que come
y digiere. Tus aficiones, inquietudes, deseos e ideologías están
directamente relacionadas con los libros que lees, las películas
que ves y las canciones que escuchas. Lo que está en juego es el
derecho al desarrollo de la personalidad. Lo que está en juego es
el derecho a ser”, David Bravo en Copia Este Libro.
El
modelo analógico, basado en la venta de copias físicas, se hunde, y
aquellos que han hecho una fortuna gracias a él tienen miedo porque
hay un nuevo jugador que hace lo mismo que ellos, pero más barato y
mejor, nosotros. Por desgracia también tienen muchísimo poder
económico, el suficiente como para, sin cortarse un pelo, amenazar a gobiernos democráticamente electos si éstos no aprueban leyes a su
medida; leyes que coartarían el progreso y atentarían contra la
libertad y la neutralidad de la Red; leyes que echarían por tierra
derechos fundamentales que han sido dificilísimos de conseguir;
leyes que harían todo eso con la excusa de la protección del
copyright.
Las
funciones básicas de la industria siempre han sido las siguientes:
1-
Reconocer el talento.
2- Promocionar al artista.
3- Distribuir el producto.
4- Recoger las ganancias.
5- Repartir las ganancias.
2- Promocionar al artista.
3- Distribuir el producto.
4- Recoger las ganancias.
5- Repartir las ganancias.
Todas
estas tareas son sustituibles por la tecnología de Internet y algunas incluso las puede realizar cualquiera desde casa.
El
reconocimiento del talento en la web es casi automático, a menudo
vemos noticias en las que algún youtuber
con voz celestial se ha hecho famoso y una discográfica ha apostado
por él. Hernán Casciari comenzó escribiendo un blog y fueron las
editoriales las que acudieron a él. El problema es que la falta de
publicidad a los modelos libres hace que, a priori, parezca que no hay alternativas al copyright para los nuevos (y los viejos)
artistas y al final casi todos acaben cayendo en las redes del
modelo viejo, famoso por los contratos abusivos a los que las
empresas condenan a sus artistas, en los que, del precio final del
producto, el autor se lleva una ínfima parte.
El
sueño de todo artista es, o al menos debería ser, que su obra sea
conocida y valorada en todas partes, raro es quien empieza en el
mundo del arte por la pasta, aunque sí los hay que se quedan por
ella.
Gracias
a la libertad que ofrece la Red se abren unas puertas que antes no
existían para los artistas que no nos venden en la radio o en la
televisión. Ahora los creadores tienen la posibilidad de llegar a
más personas y la promoción es realizada por esa misma gente; si
algo te gusta lo compartes, como se ha hecho toda la vida pero a un
volumen muchísimo mayor, con una calidad perenne, a coste
prácticamente nulo y con una variedad inmensa.
Lo
que pretenden las discográficas, editoriales y productoras es seguir
manteniendo su oligopolio de distribución y explotación de unas
creaciones que, intelectualmente, ni siquiera son suyas. Básicamente,
y como leí en un comentario muy acertado, quieren seguir forzándonos
a comprar al precio que a ellos les dé la gana unos trozos de
plástico que ya ni siquiera necesitamos. Con la tecnología y los
nuevos formatos la demanda del público ya no es la de antes. ¿Quién
quiere discos teniendo mp3? ¿Quién quiere DVDs o Blu-Rays
existiendo el HD-Rip y el streaming? ¿Quién quiere libros de medio
kilo pudiendo llevar 10.000 en unos pocos gramos?
Siempre
habrá quien prefiera tener el formato físico por fetiche, pero que
el mercado ha cambiado es un hecho, si tenemos en cuenta a una
sociedad cada vez más familiarizada con el uso de los ordenadores y
el precio, siempre a la baja, del hardware informático, esta
tendencia no va a hacer más que aumentar.
Desde
el preciso instante en que la poblacion tiene la posibilidad de
subir, descargar, distribuir, reproducir y copiar infinitamente, sin
perdida de calidad y a un coste ínfimo los bienes culturales, el
papel de los intermediarios desaparece.
En
resumen, el reconocimiento del talento, la promoción y la
distribución, que son los tres pilares básicos sobre los que se
sustenta el prestigio y el éxito de cualquier artista, son
fácilmente sustituibles gracias a una herramienta tecnológica y la
voluntad de la sociedad.
Sólo
quedan por resolver las otras dos cuestiones: recoger las ganancias y
distribuirlas. Y aquí es donde la industria y los gobiernos han
errado por completo.
Como
dice Carlos Almeida: El error
del copyright ha sido hacer protagonista del derecho de autor a la
copia, cuando el protagonista no debería ser otro que el propio
autor.
El
copyright es algo tan restrictivo y desfasado respecto al momento que vivimos que, en algunos países, esta licencia convierte en
delincuente a cualquiera que cometa la “osadía” de compartir por
Internet una canción con otra persona.
Cuando
una ley o una particular visión de un problema convierte en criminal
a la mitad del planeta resulta evidente que esa norma necesita una
revisión urgente, las leyes deben adaptarse a la realidad social en la que se aplican y no al revés, no obstante, y como demuestran
los últimos acontecimientos, no parece que ese sea el sentido en el
que quienes hacen las normas nos estén queriendo llevar.
En el momento en que se inventó la cinta de casete era ilegal hacer copias y al final se hizo tan evidente que realizarlas era una actividad generalizada que hubo que cambiar las normas del juego para no colapsar las cárceles con amantes de la música. Tanto con la aparición de los casetes como con la del VHS, la industria de contenidos puso el grito en el cielo, advirtiendo a la sociedad de que estos inventos estaban matando la música y el cine respectivamente, la historia ha demostrado lo equivocados que estaban.
En el momento en que se inventó la cinta de casete era ilegal hacer copias y al final se hizo tan evidente que realizarlas era una actividad generalizada que hubo que cambiar las normas del juego para no colapsar las cárceles con amantes de la música. Tanto con la aparición de los casetes como con la del VHS, la industria de contenidos puso el grito en el cielo, advirtiendo a la sociedad de que estos inventos estaban matando la música y el cine respectivamente, la historia ha demostrado lo equivocados que estaban.
Las
leyes siempre han ido por detrás de los avances tecnológicos, a día
de hoy directamente van en sentido contrario. La culpa de que la
cuestión sobre la recaudación y el reparto de ganancias aún no se
haya resuelto NO la tiene Internet, ni los “piratas”, ni los
creadores de herramientas para el intercambio de archivos; la culpa
la tiene única y exclusivamente aquellos que se han hecho ricos con
el actual modelo y que, por pura avaricia, quieren seguir excluyendo
a los demás del disfrute de algo que, por su naturaleza inmaterial,
ya no se puede poseer, en lugar de abrazar formas más justas de
comercio y adecuadas al entorno digital.
Existe
una buena cantidad de maneras de remuneración alternativas al
copyright que no han recibido la atención merecida debido a las
presiones de la industria y por la escasa propaganda mediática que se
les ha dado, pero que bien adoptadas habrían supuesto, sin lugar a
dudas, un cambio a mejor en la manera de disfrutar la cultura y
gestionar los derechos de autor, y es que nadie dice que los autores
no deban cobrar por su trabajo, más bien al revés, lo que no
queremos es que, por el trabajo de los autores, cobre una industria
egoísta y anclada en el pasado que nos quiere meter a todos en la
cárcel por no pasar por su aro.
Se podría decir que hasta ahora la única manera que había de remunerar a los creadores era a través de los pícaros intermediarios, ahora que esos intermediarios son innecesarios hay que empezar a fijarse en las alternativas:
-Licencias
Copyleft y Creative Commons:
Mientras
que las licencias fundamentadas en el copyright funcionan a base de
restringir el disfrute de los bienes culturales a, exclusivamente,
aquellos que pasen por caja, las licencias copyleft parten de la
premisa de que eliminando las restricciones se consigue una mayor
difusión, una mayor difusión equivale a un mayor caché, caché +
difusión = más gente dispuesta a pagar por tu trabajo.
Si
permites que tus creaciones se distribuyan libremente llegarás a más
gente, en el peor de los casos habrá a quien no le guste lo que
haces, aunque por lo menos no habrás perdido nada, puesto que para
ti el coste de distribución habrá sido nulo; el siguiente escenario
es que a alguien no le guste lo suficiente como para pagar por ello
pero sí lo suficiente como para mostrárselo a sus amigos y de ahí
a los amigos de los amigos, a algunos de ellos les gustará y te
harán una donación, comprarán tus originales o tu merchandising e
irán a tus directos.
Las
licencias copyleft convierten a cada artista en un “autónomo”,
prescinden de los injustos e innecesarios intermediarios, dejando
sólo los imprescindibles como las gestoras de licencias Creative
Commons, y de la parte de los derechos que por contrato se les otorga
(las demandas nunca las presentan los artistas, sino los
otros propietarios de
derechos).
Otorgan al autor un abanico más amplio de posibilidades para decidir cómo gestionar
sus derechos y el rendimiento económico que generen los mismos; esto hay remarcarlo ya que una de las particularidades
del copyright más estricto es que, para mantener ese coto de explotación,
requiere de otros agentes, propietarios de la mayor parte de los
derechos sobre una obra, que no tienen otra función más que la de
"sacar pasta de donde sea", quiera o no el autor; si a día
de hoy un artista decidiera difundir libremente su obra registrada lo
tendría muy difícil, por no decir imposible.
Como explica Enrique Dans, Creative Commons está entre el copyright estricto y el dominio público.
Como explica Enrique Dans, Creative Commons está entre el copyright estricto y el dominio público.
Los derechos sobre la copia, por contrato, nunca han estado en posesión
del creador sino de las multinacionales de turno, y hasta ahora esta
ha sido la única opción existente, “o lo haces a mi manera o te
vuelves a tu casa a seguir cantando bajo la ducha o escribiendo en tu
blog.”
Pero
quizá la peor barrera impuesta por el copyright y su modelo
analógico sea la geográfica. Las discográficas, editoriales y
productoras son empresas privadas, y como tales sólo piensan en
obtener el máximo beneficio con la mínima inversión, si ellos
consideran que comercializar un producto en una determinada región
no va a ser rentable, no lo harán; no hay que ser muy ducho para
advertir lo perjudicial que resulta esto para la difusión de la
cultura, y lo injusto que es privar a países enteros del disfrute de
una obra porque los intermediarios “creen” que no resultará
rentable venderla en esa zona.
Las
licencias copyleft, al permitir la difusión libre y gratuita por
Internet, tienen la capacidad de saltarse estos límites geográficos
y llegar a donde el copyright no puede o no quiere.
-Potenciar
la venta de archivos digitales a través de Internet:
La
mayor evidencia con la que nos encontramos al analizar el momento que vivimos es que las copias físicas están abogadas a desaparecer, no
completamente pero sí como medio generalista de disfrute de la
cultura. La venta online permite eliminar a los intermediarios que
ahora mismo se llevan hasta el 90% de los beneficios generados por la
creación, dejando al creador con una miseria de, aproximadamente, el 10%.
Prescindir de estos intermediarios no sólo aumenta la proporción
retributiva del artista, sino que lo acerca a sus clientes, a sus
fans, propiciando una relación más directa con ellos a través de
los mismos instrumentos que estos utilizan para comunicarse.
Llegados
a este punto se podría argumentar que esto, en parte, ya existe, y
que los Ebooks o iTunes ya permiten comprar directamente esos
contenidos de manera fácil y rápida. El problema es que hasta la
fecha estos amagos de adaptación de la industria, a todas luces
insuficientes, no se han realizado desde la perspectiva de hacer la
cultura más accesible al público, sino que han intentado aplicar la
misma fórmula que usan en el mundo analógico, basada en
restricciones y precios artificiales, al mundo online.
Así
pues nos encontramos con libros electrónicos al mismo precio que la
edición de papel, es decir, un formato cuyo coste de copia y
distribución es casi cero, al precio del formato físico. Además de
estos precios abusivos la inmensa mayoría de Ebooks se encuentran
tras una “verja digital” conocida como DRM (Digital Rights
Management), un sistema anticopia para impedir que, por ejemplo,
puedas leer el libro que has pagado religiosamente en un número de
dispositivos superior al que a los editores les dé la gana, y para colmo hay que pasar por una serie de etapas
de activación que son una verdadera pesadilla para quien no esté
acostumbrado a lidiar con las restricciones digitales.
Con
iTunes y demás plataformas de venta de música online ocurre algo
similar, sigue habiendo restricciones digitales (aunque son
fácilmente eludibles) y, en mi opinión, los precios no se
corresponden con la naturaleza del formato.
Todos
estos obstáculos digitales, a parte de ser insultantemente caros
para las compañías, son totalmente ineficaces, siendo burlados al
poco de ver la luz.
Lo
expuesto arriba es lo que ocurre cuando los mismos intermediarios de
siempre, avariciosos y aferrados a una perspectiva analógica, entran en
el mercado de Internet tratando de imponer sus reglas a unos
consumidores más concienciados y libres que nunca; o se adaptan YA
al contexto en el que viven y a las necesidades de la gente o morirán
llevándose a un montón de inocentes por delante, y por inocentes
entendamos a los ciudadanos honrados que han sido demandados por las
grandes multinacionales; a los webmasters y programadores que se han
visto metidos en eternos litigios por facilitar el acceso a la
cultura; a los organizadores de conciertos benéficos; a los colegios que tienen que pagar cuantiosas sumas de dinero por las obras que
interpretan sus alumnos, etcétera, etcétera, etcétera, la lista sigue y sigue...morir matando, lo llaman.
De
momento lo único que han hecho las empresas del ocio audiovisual
para intentar salvarse de la quema ha sido perseguir y criminalizar a sus propios
consumidores e intentar ponerle puertas al campo, a (casi) nadie se
le ha ocurrido eliminar las barreras y bajar los precios a un nivel
lógico, “a ver qué pasa”.
-Plataformas
de streaming y el modelo freemium:
Además
de la relación valor/precio, una de las cosas que más valora el
público es la variedad de contenidos y la inmediatez. Spotify o
Netflix, así como Soundcloud o Grooveshark (todas ellas asfixiadas
por la industria del entretenimiento propietaria de los derechos
sobre la copia) tienen en común que ofrecen un acceso inmediato y
totalmente legal a una cantidad y variedad de contenidos
audiovisuales jamás conocida hasta ahora.
Spotify,
en su versión gratuita, permite el acceso a una biblioteca musical
de más de 15 millones de canciones, a parte cuenta con otras dos
modalidades de pago que permiten eliminar la publicidad o descargar
los archivos a los dispositivos para reproducirlos offline. También cuenta con una interfaz muy intuitiva con integración redes
sociales y un eficaz sistema de recomendaciones para que nunca te
quedes sin descubrir música nueva.
Con
Netflix pagas una tarifa plana muy asequible al mes y con ella puedes
disfrutar a la carta de un importante catálogo de series, sin peligro de
perderte un capítulo y sin tener que ceñirte a la programación cerrada de una
cadena.
Otra
cosa que tienen en común estas plataformas es la capacidad de
conocer con total exactitud cuántas veces se ha visto una serie o se
ha escuchado una canción, es decir, además de ofrecer libertad casi
total al usuario también tienen la capacidad de remunerar a los
creadores con total transparencia, sin artimañas ni terceros de por
medio.
Si
el consumidor cree que algo vale la pena, pagará por ello, la mejor
forma de competir con lo gratis es ofreciendo algo por lo que valga
la pena pagar y/o aprovechando las ventajas de lo
gratis, por ejemplo, con una plataforma que obtenga ingresos a través de publicidad. Esto ya se hace, pero debería ser la regla, no la excepción.
¿Por
qué estos modelos de éxito no se están extendiendo como la
pólvora? ¿Por qué no experimentan un crecimiento proporcional a su
innovación y popularidad? Pues por culpa de “los mismos de
siempre”, Netflix lleva tiempo queriendo introducirse en Europa y
no ha hecho más que darse de bruces una y otra vez contra el muro que levantan los propietarios de los derechos. Spotify, por su parte,
paga cantidades multimillonarias a las discográficas pese a tener un
sistema de reparto a todas luces más justo y un formato
que poco o nada tiene que ver con el modelo clásico. Es la propia
industria la que se pone zancadillas a sí misma…
-Impuestos
recaudados a través del Estado, la “Licencia General Opcional”:
Si
el archiconocido canon digital o compensación por copia privada se
basaba de una recaudación arbitraria impuesta forzosamente a todos
los dispositivos informáticos, fueran o no a emplearse para copiar o
reproducir material con copyright, y gestionada por una entidad
privada; la Licencia General Opcional sería una tasa a pagar
voluntariamente por aquellos ciudadanos que reconocieran que
efectivamente van a utilizar sus conexiones para descargar copias no
controladas de material protegido.
Esta
licencia le daría libertad al usuario para descargar a placer y
podrían estudiarse diferentes tarifas y contratos en función del
volumen a descargar, siempre respetando una proporcionalidad con el
formato digital.
Los
ingresos procedentes de este novedoso canon deberían ser gestionados
por el organismo público correspondiente, y no a través de
entidades privadas que sólo se preocupan por la maximización de
beneficios.
-Actuaciones
en directo y merchandising:
Los
conciertos, obviamente, no son algo nuevo, sin embargo uno de los hechos que
se silencia sistemáticamente en los medios de comunicación es que
éstos han aumentado vertiginosamente desde la llegada del
intercambio de archivos. Varios estudios han mostrado algo que en
principio resulta bastante evidente, mientras las ganancias
percibidas por los artistas a través de la venta de discos han
descendido, las obtenidas a través de las actuaciones en vivo se ha
multiplicado varias veces en la última década.
Es
evidente que el intercambio de archivos, la difusión masiva de la
cultura, ha sido el motor de esta tendencia sumamente beneficiosa
para el artista, ya que obtiene un porcentaje bastante superior al de sus
royalties, hasta el 80%; además, la posibilidad de acceder y recomendar fácilmente obras de grupos independientes sin tirón mediático ha
disparado el número de actuaciones de música alternativa.
A
esto también hay que sumarle los ingresos por la venta de
merchandising: camisetas, chapas...que se suelen vender a la entrada
y la salida de los directos.
¿Han
aprovechado los grandes sellos discográficos este tirón? Por
supuesto, aunque, por si cabe alguna duda, lo han hecho “a su
manera”...
Con
el auge de los directos en la industria musical están proliferando
los llamados “contratos de 360 grados”. Este tipo de acuerdos
otorgan a las empresas, ya no sólo el derecho a quedarse con gran
parte de los ingresos procedentes de la venta de compactos como hasta
ahora, sino también con una proporción de lo que los artistas ganen
en los conciertos y la comercialización de material derivado, y no
es que ellos hagan el trabajo de buscarle actividades al grupo o
cantante, eso sigue siendo tarea del manager, la única
responsabilidad que tiene el sello en este caso es la de poner la
mano; si no se rentabilizan los discos se puede llegar a dar el
absurdo de que el grupo acabe pagando a la discográfica por trabajar
para ellos, demencial.
A
sabiendas de que la venta de discos es un negocio a la baja, las
firmas han buscado nuevas formas de sangrar a los artistas...y luego
los que se “aprovechan del trabajo de los creadores” somos
nosotros.
-Favorecer
el paso a dominio público de las obras:
A
partir de un cierto tiempo tras la muerte del autor las obras
culturales pasan a dominio público, esto significa que los derechos
de autor dejan de ser de los titulares post-mortem y pasan a ser
propiedad de la sociedad, permitiendo que, sin depender de su
bolsillo y sin renunciar nunca al reconocimiento de la autoría, ésta
pueda saborear esas creaciones. El margen se creo para que, tras la
muerte del creador, los propietarios de los derechos pudieran
disfrutar durante un cierto periodo de las ganancias generadas por la
explotación de la creación.
Lo
que ocurre es que este límite temporal se ha ido ampliando una vez
tras otra; concretamente cada vez que una creación rentable en manos
de multimillonarios estaba a punto de pasar a dominio público;
gracias al poder de esos titulares de los derechos se ha estado yendo
en contra del beneficio social para ir en favor del beneficio
privado.
Actualmente
ese límite está en 70 años tras la muerte del autor, un periodo
totalmente desproporcionado si tenemos en cuenta que quien explota la
obra durante ese periodo no es quien la creo sino una multinacional
o, en el mejor de los casos, los herederos. También habrá quien
opine que eso es lo lógico, que la obra es la herencia que un autor
lega a sus descendientes, olvidando que cuando hablamos de cultura hablamos de
algo que fue creado para el disfrute colectivo y el enriquecimiento
intelectual y espiritual de las personas.
El
patrimonio que un creador ha conseguido gracias a su obra es la
herencia que le deja a sus vástagos, la obra es la herencia que le
deja a la humanidad. El dominio público se originó porque la
cultura es algo tan importante para la sociedad que los legisladores
consideraron que era injusto privarla eternamente de su disfrute.
La libre circulación de ideas no sólo actúa en beneficio común,
también en el del artista, éstos no son lo que son gracias a
una intervención divina sino que han bebido de lo que han creado
otros y a partir de ahí han encontrado su forma particular de
expresarse, “las musas no existen”.
“En realidad no soy yo quien está
escribiendo este alocado libro. Es usted, y usted, y usted y aquel
hombre de allí, y esa chica en la mesa de al lado”, James Joyce.
La
etapa entre la muerte del autor y el dominio público es una excepción especial de la que han estado abusado los más poderosos, cambiado la
ley a golpe de talón cada vez que una obra estaba a punto de pasar a
manos de todos. Esto ha tenido consecuencias nefastas para el curso
natural del conocimiento, por ejemplo, el hecho de que por culpa del
copyright sea imposible disfrutar de libros o películas
descatalogadas porque sus propietarios han decidido que ya no son
rentables raya lo ofensivo.
Acelerar
el paso a dominio público de las obras no sólo sería una maniobra
justa para con la sociedad, sino que además abriría otras vías de
explotación mucho más equitativas que las actuales, como obras
derivadas o la comunicación pública, beneficiando así a la riqueza
cultural del país.
Las
ideas no pueden poseerse, no son tangibles como un coche, una casa o
el dinero, por lo que no pueden equipararse jamás a la propiedad
privada; la “propiedad intelectual”, como tal, no existe.
Un
claro ejemplo de esto es que en nuestra vida diaria siempre hacemos
referencia a citas, refranes y pensamientos que van saltando de boca
en boca, de generación en generación.
Uno
es autor de lo que crea, eso está fuera de toda duda, decir que es
tuya una idea que no lo es se llama plagio o fraude y está bien
tipificado en el código penal, pero una cosa es atribuirte méritos
sobre una creación que no es tuya y otra muy diferente es
disfrutarla o difundirla, copiar no es robar. Esto, los
intermediarios y paladines del copyright, ni lo entienden ni les
interesa entenderlo e insisten en llamar “expolio” al hecho de
deleitarse con una obra sin aflojar la mosca.
La
mera existencia del dominio público debería hacer evidente que los
que realmente están “expoliando” la cultura son ellos,
adjudicándose derechos sobre las creaciones de otros, explotándolas
y cercenando el acceso a algo que, una vez fallecido el creador,
acabará siendo de todos. En cualquier caso, no se trata únicamente del concepto de dominio público, la función social, tanto de la propiedad intelectual como de cualquier propiedad, está reflejada en las leyes y en esencia las define como una serie de derechos que se otorgan a uno o varios titulares para que la explotación de ese bien pueda contribuir al beneficio colectivo. La existencia de la propiedad no tiene como fin el enriquecimiento del propietario, sino que responde a una necesidad social.
En resumen, un autor puede o no estar de acuerdo con que su fruto se propague sin su autorización, como yo podría o no estar de acuerdo con que ciertas personas leyeran lo que escribo, sin embargo, en la realidad en la que vivimos, lo mejor que uno puede hacer es aceptar que eso va a ocurrir, quiera o no, y buscar nuevas formas, como las expuestas arriba, de sacarle provecho a esta situación, absolutamente beneficiosa para la comunidad y muy perjudicial para la pequeña élite que realmente se ha hecho de oro con el trabajo de los artistas a base de colocarse entre ellos y sus admiradores.
En resumen, un autor puede o no estar de acuerdo con que su fruto se propague sin su autorización, como yo podría o no estar de acuerdo con que ciertas personas leyeran lo que escribo, sin embargo, en la realidad en la que vivimos, lo mejor que uno puede hacer es aceptar que eso va a ocurrir, quiera o no, y buscar nuevas formas, como las expuestas arriba, de sacarle provecho a esta situación, absolutamente beneficiosa para la comunidad y muy perjudicial para la pequeña élite que realmente se ha hecho de oro con el trabajo de los artistas a base de colocarse entre ellos y sus admiradores.
La
solución perfecta pasa por eliminar a los agentes basados en las copias y el control sobre las mismas y encontrar mecanismos
de retribución que sean
más justos con los artistas y
medios de transmisión que
sean más justos con la
sociedad...estas alternativas están ahí, sólo hay que aplicarlas de una vez.
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